sábado, 24 de abril de 2010

Crónicas LyCh - Reflejos de demencia II - By Loca & Chiflada S.A.



-¿Te acuerdas de ese día, Loca?

La joven de ojos castaños puso los ojos en blanco y alcanzó la cabeza de su hermana para darle un golpe, como siempre acostumbraban hacer la una con la otra.

-¿Cómo no? Si mamá nos prohibió las galletas por dos semanas por haber robado su tonto frasco.

- Je, si, ¡pero no pasaron más de tres días hasta que encontramos su nuevo escondite!


-Uh, cierto, ningún lugar de la casa es seguro para las galletas con nosotras aquí...

Mientras hablaban, la niebla comenzó a cernirse de nuevo sobre sus reflejos actuiales y ambas muchachas observaron fijamente para divisar qué otro recuerdo podían descubrir allí.

Esta vez, en la misma habitación de las hermanas, se las veía a ambas paradas sobre unos dibujos hechos en el desnudo suelo de madera. Las ropas de ambas eran similares pero sus expresiones se veían contradictorias a cada segundo; entre curiosas y asustadas, a risueñas y ansiosas.

Las dos muchachas que observaban a las niñas del espejo, se echaron a reír a carcajadas mientras cada una rozaba su hombro. El izquiero de Liliana y el derecho de Samantha, donde se ubicaban los dos tatuajes con la silueta del Ying & Yang, resultado de aquel conjuro recitado ese lejano día.

Los dibujos aún seguían tan brillantes y nítidos como ese primer día, cuando apenas comenzaban a compartir juntas su hogar, su madre, sus vidas.El símbolo de su amistad, de su hermandad, de cuánto se complementaban  a pesar de lo diferentes que podrían resultar la una de la otra; el cariño que unía lo que la sangre separaba.


-¡Loca! ¿Recuerdas nuestro libro?- preguntó Liliana con los ojos radiantes por aquel recuerdo de su infancia.

-¿Eh? Ah, si... aún debe andar por aquí. ¿Revisaste el baúl ya?- contestó Sam distraídamente, mientras observaba con curiosidad el marco plateado de aquel espejo.

Tenía un aspecto tan antiguo como clásico, con molduras de plata y runas dibujadas en motivos espiralados cubiertos del polvo que había usurpado algunos rincones de la cabaña y que intentaban remover de él desde que lo habían hallado entre los trastos del sótano.

Medía casi lo mismo que el amplio ropero que las dos brujas tenían en la habitación para guardar sus pertenencias, lo que alcanzaba para que ambas pudieran pararse frente al cacharro y reflejarse cómodamente juntas. O al menos eso creían hasta que notaron la extraña peculiaridad del espejo, cuando éste comenzó a mostrales fugaces imágenes de sus vivencias juntas.

-¡Aquí! Mira, Loca, sigue estando en buen estado...


-Sabía que tenía que estar por ahí... Oye, Chiflada- ladeando su cabeza a un lado, mientras la cortina de cabellos caobas caía sobre sus hombros, Samy se acercó a la parte trasera del espejo dando pequeños saltitos como una niña- ¿No te resultan familiares estos dibujos?


-Son runas, tonta loca.

Saliendo por el lado contrario del armatoste, la joven Lestrange volvió a colocarse junto a su hermana que hurgava entre las amarillentas páginas de su manual de conjuros antiguos, frente al espejo.


-Me refiero a la forma en que están agrupadas, mensa. El diseño es particular.


-Sí, puede ser... ¿Qué más crees que haga el espejo, Sam?


-No sé... No creo que pueda darnos chocolates, ¿o sí?

Zapeando a su loca compañía, la ojiazul detuvo el libro en una serie de conjuros que muchas veces había leído cuando niña. Las risas volvieron a inundar el cuarto, tan alegres como hace cinco, diez o quince años, inacabables y eternamente sin sentido.

Crónicas LyCh - Reflejos de demencia I - By Loca & Chiflada S.A.


El cuarto con decoración infantil sólo estaba alumbrado por pequeñas hadas, colgadas de una araña de cristal del techo, que se movían inquietamente mientras hacían resonar las pequeñas figuras serpentiles que colgaban de ella. No había fotos a la vista, sólo cuadros y pinturas, algunos de ellos abstractos, desperdigados por doquier en las paredes.

De la pulida superficie de un espejo situado en un rincón del cuarto, dos pares de ojos devolvían curiosas expresiones. La verde mirada altanera de una niña iba venía de las pilas de galletas que sacaban de un frasco que se encontraba sobre la verde alfombra. Con el mismo gesto de orgullo y satisfacción que sólo un niño con dulces podría demostrar, el otro par de ojos, éstos color café oscuro, contabilizaban el botín recién capturado.

Levantando la vista del suelo, cubierto por la suave alfombra que cubría el suelo de la habitación donde se encontraban, ambas miraron hacia la pesada puerta de roble, detrás de la cual se oía el taconeo inconfundible de los zapatos de su madre acercándose.


-¡Rápido, Sam, guárdalas!


-Abre deprisa el baúl, ¡ya viene!

En sólo unos minutos, no quedaba rastro alguno de las galletas, y juntas se encontraban en el suelo, fingiendo jugar inocentemente, algo que realmente levantaría las sospechas de su madre en cualquier momento, pero no tenían tiempo de inventar más.

-Humm... ¿crees que vaya a darse cuenta de lo que hicimos, Chiflada?


-Shhh, loca...

Las dos niñas observaron la puerta abrirse, el cabello negro de su madre asomándose por allí, mirando de una a la otra como si en realidad supiera cada una de las travesuras de las dos pequeñas hermanas.

-Niñas, ¿alguna ha visto mi frasco de galletas, por una de esas casualidades suyas?

Samy y Liliana se miraron la una a la otra, fingiendo estupefacción y sorpresa en los rostros infantiles, aunque sabían que mentir a Mel se les volvía cada vez más difícil.

-¿Galletas, má?- preguntó Liliana sonriendo con inocencia.


-Sí, mi frasco de galletas... el mismo que siempre intentan secuestrar ustedes dos.


-No siempre, ahora no estábamos secuestrando nada...


-Shh loca- dándole un zape a su hermana, la ojiazul volvió a sonreír a su madre- No, no lo hemos visto, madre.


-Desde la última vez que tu hipogrifo casi se come a McDougall no, creo- añadió Sam arrojándole una bola de papel a la bruja.

-¿Quieres que le pregunte a mi otro yo si las ha visto, también?- consultó Lily, devolviéndole la bola de papel a la cabeza castaña de su hermana menor.

-No, no hace falta, ya las buscaré luego yo-. La Black las observó con creciente desconfianza, pero se dirigió hacia la puerta nuevamente. Cuando ésta se cerró, ambas resoplaron con alivio pero se detuvieron al oír ruidos provenientes del mismo baúl donde habían guardado el frasco de galletas.

Al levantar la pesada tapa, una nube de pequeñas avecillas pardas surgió, sobrevolando el cuarto y haciendo resonar los cristales de la araña, dejando tras su vuelo sólo el bote de galletas vacío y a las dos castañas mirando con enojo hacia afuera del cuarto, oyendo la risa de su psicótica madre mientras bajaba las escaleras.

Cuando los colores se fueron esfumando del espejo, éste reflejó dos rostros sonrientes, lo actuales de esas dos pequeñas y traviesas hermanas roba-galletas, mirando a la lejanía del pasado a través de esa pared transparente del pasado.